Ciriaco Navarrete Rodríguez
Hay una sabia conseja popular que dice que -no hay enemigo pequeño- y la prueba fehaciente la tenemos en el pequeñísimo Cobid-19, porque está demostrando esa realidad con su impacto de cobertura mundial, toda vez que el daño que está haciendo a la humanidad es comparable con el que hacen las poderosas bombas atómicas, cuya capacidad expansiva, en un santiamén, pueden acabar con la humanidad que puebla el planeta tierra.
Ese comparativo parece muy exagerado, pero no lo es, porque bastaría con reflexionar a profundidad lo relacionado con la gran cantidad de muertos que ha causado el Cobid-19, tanto en México, como en los demás países del mundo, pero además, los daños siguen su curso mortal, y no hay plazo para que esa marcha mortal se detenga, y en cambio las bombas atómicas si es posibles dejar detonarlas a voluntad humana.
Los virus son partículas prebióticas diminutas, tanto que no es posible verlos a simple vista, por eso los científicos tienen que utilizar el microscopio electrónico y otros aparatos modernos que se usan en los laboratorios de investigación científica, es que son estructuras tan pequeñas, que se adhieren con mucha facilidad en la ropa, en los zapatos, en las manos, en la nariz, en los labios y hasta en los ojos.
Por ese motivo nuestros médicos y científicos nos aconsejan la –sana distancia- el repetido lavado de manos, y evitar los saludos con las manos, con besos, así como, la concurrencia a eventos públicos donde asistan más de 50 personas, entre otras importantes recomendaciones.
El desconocimiento de estructura tan pequeña de los virus ha dado lugar a diversas hipótesis, o simples creencias de aquellas personas tercas u ortodoxas que hasta se han aventurado a asegurarnos que los virus son bacterias, sin tomar en cuenta el enorme daño que le hacen a la humanidad al inducirla para que busquen alivio en la curación que ofrecen miles de curanderas y curanderos que existen en todo el mundo.
Por otra parte, en nuestro entorno nacional, estatal y municipal, ese fenómeno de curanderos y postulantes negativos, también existen y suelen ser tan elocuentes que hasta ponen en riesgo la salud y la vida de sus propios familiares.
Hay otra calamidad muy parecida a las antes referidas, la cual se está realizando por medio de las redes sociales, y son muy peligrosas porque se están difundiendo las falsedades con el supuesto apoyo de connotados los médicos de algunos países del mundo.
Lo igualmente peligroso es cuando algunos presidentes también se aventuran a dar opiniones que también son muy peligrosas, tal como sucedió en Brasil, y en los Estados
Unidos de América, donde el presidente Donald Trump, se aventuró a desconocer, temporalmente por fortuna, porque el mismo se dio cuenta de su gravísimo error, y se vio en la penosa necesidad de las recomendaciones de los científicos de los más destacados epidemiólogos del mundo.
Cuando la pandemia llegó a México, también surgieron algunos gobernadores oposicionistas, que se dejaron seducir por su afiliación política en contraria de la del presidente Andrés Manuel López Obrador, pero esa osadía ha costado muchos contagios, y numerosas muertes de sus inocentes gobernados, quienes con la vida fueron los que pagaron y siguen pagando los erros de sus gobernadores.
Para fortuna de sus gobernados esos gobernadores rebeldes recapacitaron y entendieron que jamás se debe jugar con la salud humana porque lo que hicieron es delito de lesa humanidad, y como el pueblo somos la patria, también se puede equiparar a una traición.
Lo realmente plausible es cuando los humanos recocemos y enmendamos nuestros errores, pero siempre debemos cuidar de que jamás lleguen a ser delitos de lesa humanidad porque de esa manera se transforman en innecesarios daños de lesa patria.
Pero en todo lo anterior también en todos excesos anteriores se refleja claramente una deficiente cultura general, además de la cultura política con la que se exhibieron esos gobernantes, quienes reaccionaron como los docentes del Siglo XIX, quienes creían que la –letra con sangre entra-y todavía algunos entendieron lo contrario, hasta que el pueblo se animó a reclamarles a mis colegas.
No cabe duda que también nos hace mucha falta un nueva Constitución General de la República que asegure la gobernabilidad democrática para evitar los excesos, no sólo los del Presidente de la República, porque por imitación esos desatinos también los replican los gobernadores, los poderes legislativo y judicial y alcaldes de todo el país.
Cada funcionario o gobernante mexicano, por uso y costumbres excesivas, cuando son candidatas o candidatos y andan en campaña, de manera pública, se asumen como verdaderos redentores de sus electores y durante los eventos públicos se comportan excesivamente amables, pero desde el primer día que asumen sus cargos cubren sus respectivos rostros con una gruesa y negra virtual, y como por arte de magia se trasforman en pernas intocables.
Me consta que eso no sucede en el ámbito empresarial, y mucho menos en el político y gubernamental de nuestros vecinos del norte, y se debe a que su cultura en general se ha desarrollado ampliamente en los más de 200 años que tiene esa nación progresista gobernada con una Constitución que es la madre de la democracia verdadera y que en el año de 1917 fue desechada por el Congreso Bolchevique de Querétaro.
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