La lucha por el poder y el dominio de territorios viene desde los inicios de la humanidad; cuando el planeta era habitado por hordas salvajes ya se manifestaban las ansias guerreras de razas y grupos que sin existir antecedente, querían someter a los demás para disfrutar de ciertos privilegios de la vida.
En aras de la riqueza económica y del poder político, se han realizado a través de los siglos escalofriantes matanzas, donde no solamente han muerto soldados y civiles, es decir guerreros, sino que personas ajenas o inocentes han tenido que pagar por las ambiciones de otros.
De esta manera por el poder del dinero –el petróleo-, las minas y cualquier tipo de riqueza, se han armado guerras donde han muerto muchas personas ajenas, mientras que en aras del dominio político, ha sucedido exactamente lo mismo; inclusive en el nombre de Dios, se han producido muchas masacres.
En los tiempos actuales esto no ha cambiado mucho, la guerra continua; en el norte de Tamaulipas –donde se incluye San Fernando- la población vive días angustiosos por constantes enfrentamientos entre civiles que se dan principalmente en zonas despobladas, aunque en algunos casos se han registrado en zonas urbanas de las comunidades rurales, localizadas principalmente al norte de esta cabecera municipal.
Y esto parece no tener fin, al menos a corto plazo, ante la angustia de las familias que radican en lugares convertidos en zonas de guerra por grupos de civiles que se disputan el territorio y que aunque hasta el momento, han cuidado de no lastimar a la población civil, el desorden se puede extender al grado de causar daño directo a personas inocentes.
Lo peor es que no se le mira fin a esto, esperar una respuesta contundente de las autoridades es mucho pedir, porque cuando esto apenas iniciaba no supieron o no pudieron establecer control, en un fenómeno que creció vertiginosamente gracias a la corrupción de las propias corporaciones policías y castrenses.
¿Cuál es la única opción que le dejan al pueblo?… sin duda rezar y rezar mucho, todos los días, para que una bala perdida no nos alcance, para que los jefes de familia regresen con bien a sus casas, que los muchachos no tengan problemas en el trayecto de ida y vuelta a las escuelas.
Siempre implorando por no estar en el momento y el lugar equivocado, porque… historias se cuentan por cientos; la oración es la cobija de los inocentes, porque en estas condiciones, lo único seguro, es que no tenemos nada seguro.