El clasismo aparece en estos momentos como uno de los grandes factores de la polarización nacional, azuzado desde las más altas esferas del poder y exacerbado por la confrontación de intereses políticos y económicos en que se debate la nación.
Hablar de ricos y pobres, de conservadores y liberales, es un lenguaje que incita al odio y la recreación de castas, que en el fondo no tienen sentido, porque México es un país de libertades.
Nadie tiene la culpa de ser heredero de grandes fortunas y nadie tampoco es culpable de haber nacido entre privaciones; hay muchas historias de éxito, de personas que surgiendo de la pobreza más extrema, a través de su esfuerzo y disciplina, llegan a construir enormes emporios y capitales. ¿es malo por medio del trabajo superarse y llegar a contar con un patrimonio solido?.
Me pregunto ¿Quiénes son los que abren las oportunidades de empleos en un país, los ricos o los pobres?.
Y los pobres, ¿tenemos que echar la culpa a nuestros padres por no haber nacido con grandes fortunas a nuestra disposición?, o ¿será que es más fácil odiar a los que tienen, en vez de ponernos a trabajar como ellos?.
Desde el principio de los tiempos, siempre hubo los que tuvieron más que otros; es algo ancestral, inevitable y eterno.
De tal forma que es un tema que debería estar abolido del intereses mundial, pero que para efecto de manejo de las masas en política ha funcionado a la perfecciona, cuando las grandes calamidades que nos han azotado deberían servirnos de experiencia, para entender que la mejor manera de ayudarnos a sobrellevar las contingencias, es permaneciendo unidos.
Le comento esto, porque con la elección presidencial del año 2024, que será el primer domingo de junio, se mira venir otra grieta grande en la unidad nacional, emanada precisamente del odio fermentado en los intereses políticos; ya se miran los primeros ensayos de una guerra sin cuartel.
Cuando México lo que menos necesita es de confrontaciones y lo que más requiere es de coincidencias de criterios y de esfuerzos para llegar a la solución de los grandes problemas nacionales.
Aquí, en San Fernando, que es un municipio grande en extensión, pero no mucho en habitantes, se sienten los efectos de las etiquetas, del odio que sienten quienes se consideran que están entre los que menos tienen y los que gracias a su trabajo, disponen de un buen estilo de vida para sus familias.
Los odios no tienen razón de ser y por motivos políticos menos, porque los actores políticos entre ellos conviven y se abrazan, mientras que abajo, se gente se pega hasta con la cubeta, pero no entienden, o hacen como que no se dan cuenta.