POR CIRIACO NAVARRETE
Inicio el presente trabajo editorial con una dedicatoria muy especial porque de manera cordial y entusiasta, se lo dedico a todas y todos mis compañeros periodistas que cotidianamente laboran con la mejor intención de concebir “la noticia como el resultado del hecho”, a efecto, de esa manera, sea posible contribuir a su correspondiente difusión con la sana finalidad de servir al binomio integrado por la sociedad y el gobierno, tanto federal, como estatal y municipal.
A todas mis lectoras y lectores, y a mis propias compañeras y compañeros periodistas y editorialistas, les recuerdo que soy un académico muy comprometido con esta noble profesión y también con los quehaceres académicos y filosóficos, y por eso, sin temor a equivocarme, les aseguro que todos los gobiernos del mundo subdesarrollado deben garantizar el crecimiento de la riqueza en beneficio de sus respectivos gobiernos y de sus gobernados.
Entre esas naciones, desafortunadamente, se encuentra México, nación a la que los economistas internacionales, como mera consolación, lo han ubicado entre los países con economías emergentes, pero si profundizamos en sus raíces constitucionales, encontraremos que la Constitución de 1917, que está en pleno
vigor, fue redactada con base en el modelo agrario ejidal y comunal, el cual no garantiza solidez jurídica en el derecho de la tenencia de la tierra.
Y si bien es cierto que jamás, y ni por asomo, se ha intentado “echar a la basura” a ese modelo agrario, también es verdad que los presidentes de México, a partir del régimen del general Lázaro Cárdenas, han sabido, y lo sabe el presidente López Obrador, que el Artículo 27 Constitucional les concede a ellos, la propiedad de todo el país.
Eso significa que todos los habitantes de cualquiera de las 183 naciones subdesarrolladas del mundo, no somos dueños ni del aire que respiramos, por la atmósfera, el suelo, el subsuelo, las aguas continentales, las playas y las costas, igual que los mares territoriales, tienen como único propietario al presidente en turno de cada país.
Y aunque a la Constitución General de la República Mexicana, le han hecho numerosas reformas, la verdad es que solamente la han parchado, pero jamás ha sido innovada durante sus casi 103 año de existencia, que se cumplirán el ya cercano día cinco de febrero del año 2020.
Y si bien es cierto que fue promulgada el día cinco de febrero del año de 1917, en esa fecha no la pudo jurar el Presidente Constitucionalista, Don Venustiano Carranza, debido a que no era Presidente Constitucional, y porque aquel Congreso de mayoría socio-comunista, lidereado por el general michoacano Francisco J. Mújica, evidentemente le tenía desconfianza al coahuilense en virtud de que su afiliación era férreamente maderista.
Y por eso, después de arduas negociaciones, hasta el día uno de mayo de aquel mimo año 1917, fue cuando a Don Venustiano Carranza se le concedió el rango de Presidente Constitucional, y solamente así, pudo juramentar a esa Constitución regresiva, como bien la llama el doctorado en derecho Abelardo Perales Meléndez, y en franca empatía conceptual conmigo, porque yo la venía llamando involutiva, pero para el caso, es el mismo significado.
Por su parte, desde el año 2004, el máster en derecho, Dionicio Saldaña Jaramillo, tras verificar mi dicho relativo a la constitución democrática norteamericana, también avaló mi aseveración de que, la democracia verdadera debe estar plenamente arraigada en el modelo agrario de la pequeña, o de la mediana propiedad de la tierra, porque solamente ambos modelos agrarios, insisto, garantizan y aseguran la legitimidad al derecho de la tenencia de la tierra.
Por mi parte, celebro mucho que además de los destacados juristas señalados, muchas y un número elevado de lectores, entre los que destacan mis esforzados colegas académicos, y un número muy significativo de periodistas, tosas y todos ellos, ya se han apropiado de mis consejos democráticos.
Empero, observo que no les resulta fácil desechar sus arraigadas enajenaciones basadas en simples creencias políticas antidemocráticas, pero mucho me satisface que ya hacen esfuerzos para abrirle su mentalidad al ancho campo de la concepción democrática.
De manera que quiero insistir en mi dedicación de este trabajo editorial al universo de las bondades democráticas, porque no tengo la menor duda de que estoy trascendiendo a la profundidad de las realidades democráticas que el mundo subdesarrollado necesita, mucho más que la simpleza de cualquiera de las salutaciones y los buenos deseos, especialmente de nuestros gobernantes.
Y me permito precisar que, desde el punto de vista de la fraternidad humana, esas impresiones de amistad y de gran afecto, son confortables y los buenos deseos mucho abonan al fomento fraterno de las amistades, sin embargo, de ese estadio no podemos trascender a los hechos reales como contar con un sano y suficiente poder económico que nos asegure lo necesario para vivir bien.
Luchemos por convencer al presidente López Obrador, que haga a un lado sus simples creencias democráticas, y que tome la determinación de innovar la Constitución, con base en el modelo agrario de la pequeña y/o mediana propiedad de la tierra, porque solamente de esa manera podré crecer en México, la riqueza de su gobierno y de nosotros sus gobernados.
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